Quilas, espinillos, matorrales y árboles que se han deformado buscando la luz, están entre la angosta senda para llegar a una de las cuevas de la comuna de Quemchi, un lugar donde por cientos de años se ha centrado la mitología y las creencias que, sin embargo, se diluyen con el paso del tiempo.
“Es puro mito lo de la cueva, eso es algo que nunca ha existido, yo no lo creo”, afirma María Purísima. Pero a poco de aumentar el diálogo, fijando sus profundos ojos celestes en el infinito, indica que “los antiguos hablaban de una cueva, yo he escuchado que está en Tenaún Alto, pero los mayores saben más de eso”.
PODERES
“La verdadera cueva de los brujos está en Colo”, afirma en Quicaví, Juana Saldivia, en la conversación que se produce junto a una plaza de juegos que está frente a la iglesia de madera, que en su torre presenta sólo un trozo de la cruz.
En la memoria o imaginación colectiva, colmada de leyendas contadas en los lluviosos inviernos, los brujos o seres dotados de poderes especiales se reunían en Quicaví y desde el este de la Isla Grande volaban marcando su rumbo con luces muy visibles o planificaban entre la “Mayoría”
“Deben haber muerto todos esos malditos o quizás la crianza va quedando”, afirma Filomena Muñoz.
Mientras desde la ventana de su cocina se observa un gato negro durmiendo sobre el tejado de una pequeña construcción y varias embarcaciones de distinto calado ancladas en la bahía, la mujer de 75 años, que cientos de veces ha escuchado hablar de los brujos y sus historias, asegura que “todas esas cosas que se dicen es porque este es un lugar muy cerrado, que antes estaba muy aislado, entonces las cosas que no eran verdad se imaginaban”, atribuyendo a los antiguos españoles “esas cuevas que dicen que existen”.
MAGIA
En Quicaví, sector situado frente a las islas Chauques, con los numerosos pájaros que alzan sus vuelos desde la playa, donde el silencio se eterniza y los rostros desconfiados deambulan lentamente, todo se torna mágico, incluso los cerros bordeados de árboles verdes.
La vida se desenvuelve en una geografía de paisaje irregular que rompe su estructura natural con las casas de maderas nativas, los cobertizos para los animales y las siembras de papas, bajo los cielos grises que atestiguan los secretos concentrados en el tiempo.
De brujos o de aquellos “que hacen mal” o que poseen “el arte”, en Quicaví en estos días nadie confiesa saber algo y quienes reconocen que aún conservan las creencias, aseguran que “las personas antiguas son las que saben de esas cosas” .
La mitología sitúa en Quicaví a la cueva o lugar donde se llevaban a efecto las actividades de la Mayoría, especie de consejo supremo, liderado incluso por un rey, hasta donde llegaban volando sus integrantes, gracias al macuñ o chaleco luminoso elaborado con piel humana.
Caminando, preguntando y abriéndose paso entre la tupida vegetación se puede encontrar una cueva, de la que nadie con certeza conoce su origen y hacia la cual es preferible dejarse llevar por la magia, sin tratar de interpretar las letras que no han borrado los abundantes musgos antes de ingresar hacia la aterradora oscuridad de su interior, que da lugar a la personal interpretación de los visitantes.
ESTACA
“Toda mi vida he conocido este lugar, cuando era más chica venía con mis amigas a jugar”, dice Daniela Bahamonde, alejando del camino las hojas de los quiscales, que con las lluvia han crecido inmensamente.
“Creo que esta cueva es mucho más grande, porque una vez alguien puso una estaca harto más allá y el palo se enterró fácilmente porque abajo había un vacío”, dice la estudiante, orgullosa de vivir en un territorio que atrae, que seduce, que interesa a turistas, a investigadores y escritores.
“En el verano viene bastante gente para ir a buscar la cueva, pero no van hasta allá porque el camino se ha puesto demasiado malo y peligroso, porque hay un barranco”, manifiesta Daniela Bahamonde, la cual en Colo ha escuchado más historias de los propios “forasteros” que de la realidad de la cual hablan los campesinos de los bellos parajes quemchinos.
“Es puro mito lo de la cueva, eso es algo que nunca ha existido, yo no lo creo”, afirma María Purísima. Pero a poco de aumentar el diálogo, fijando sus profundos ojos celestes en el infinito, indica que “los antiguos hablaban de una cueva, yo he escuchado que está en Tenaún Alto, pero los mayores saben más de eso”.
PODERES
“La verdadera cueva de los brujos está en Colo”, afirma en Quicaví, Juana Saldivia, en la conversación que se produce junto a una plaza de juegos que está frente a la iglesia de madera, que en su torre presenta sólo un trozo de la cruz.
En la memoria o imaginación colectiva, colmada de leyendas contadas en los lluviosos inviernos, los brujos o seres dotados de poderes especiales se reunían en Quicaví y desde el este de la Isla Grande volaban marcando su rumbo con luces muy visibles o planificaban entre la “Mayoría”
“Deben haber muerto todos esos malditos o quizás la crianza va quedando”, afirma Filomena Muñoz.
Mientras desde la ventana de su cocina se observa un gato negro durmiendo sobre el tejado de una pequeña construcción y varias embarcaciones de distinto calado ancladas en la bahía, la mujer de 75 años, que cientos de veces ha escuchado hablar de los brujos y sus historias, asegura que “todas esas cosas que se dicen es porque este es un lugar muy cerrado, que antes estaba muy aislado, entonces las cosas que no eran verdad se imaginaban”, atribuyendo a los antiguos españoles “esas cuevas que dicen que existen”.
MAGIA
En Quicaví, sector situado frente a las islas Chauques, con los numerosos pájaros que alzan sus vuelos desde la playa, donde el silencio se eterniza y los rostros desconfiados deambulan lentamente, todo se torna mágico, incluso los cerros bordeados de árboles verdes.
La vida se desenvuelve en una geografía de paisaje irregular que rompe su estructura natural con las casas de maderas nativas, los cobertizos para los animales y las siembras de papas, bajo los cielos grises que atestiguan los secretos concentrados en el tiempo.
De brujos o de aquellos “que hacen mal” o que poseen “el arte”, en Quicaví en estos días nadie confiesa saber algo y quienes reconocen que aún conservan las creencias, aseguran que “las personas antiguas son las que saben de esas cosas” .
La mitología sitúa en Quicaví a la cueva o lugar donde se llevaban a efecto las actividades de la Mayoría, especie de consejo supremo, liderado incluso por un rey, hasta donde llegaban volando sus integrantes, gracias al macuñ o chaleco luminoso elaborado con piel humana.
Caminando, preguntando y abriéndose paso entre la tupida vegetación se puede encontrar una cueva, de la que nadie con certeza conoce su origen y hacia la cual es preferible dejarse llevar por la magia, sin tratar de interpretar las letras que no han borrado los abundantes musgos antes de ingresar hacia la aterradora oscuridad de su interior, que da lugar a la personal interpretación de los visitantes.
ESTACA
“Toda mi vida he conocido este lugar, cuando era más chica venía con mis amigas a jugar”, dice Daniela Bahamonde, alejando del camino las hojas de los quiscales, que con las lluvia han crecido inmensamente.
“Creo que esta cueva es mucho más grande, porque una vez alguien puso una estaca harto más allá y el palo se enterró fácilmente porque abajo había un vacío”, dice la estudiante, orgullosa de vivir en un territorio que atrae, que seduce, que interesa a turistas, a investigadores y escritores.
“En el verano viene bastante gente para ir a buscar la cueva, pero no van hasta allá porque el camino se ha puesto demasiado malo y peligroso, porque hay un barranco”, manifiesta Daniela Bahamonde, la cual en Colo ha escuchado más historias de los propios “forasteros” que de la realidad de la cual hablan los campesinos de los bellos parajes quemchinos.
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