El modelo neoliberal de globalización, lejos de frenar la degradación ecológica, reducir las desigualdades y garantizar a los más pobres derechos fundamentales, ha entregado la gestión del agua al mercado, convirtiendo esta gestión en una nueva oportunidad de negocio, acelerando la degradación de los recursos hídricos y aumentado la vulnerabilidad de los más débiles.
Actualmente se estima que 1.200 millones de personas no tienen acceso garantizado al agua potable, y de mantenerse las tendencias vigentes, el número alcanzaría a 4.000 millones en 2025. La generalizada degradación de loa ecosistemas acuáticos continentales subyace como clave de este desastre humanitario. Esta crisis de insostenibilidad agrava los problemas del hambre en el mundo, al arruinar las pesquerías (fluviales y marinas)y las formas tradicionales de producción agropecuaria vinculadas a los ciclos fluviales de inundación en las llanuras aluviales.
En síntesis, afrontamos una crisis global del agua por la convergencia de varias fallas:
-De sostenibilidad; por contaminación y detracciones abusivas en ríos, lagos y acuíferos, construcción de grandes obras hidráulicas y desforestación masiva.
-De iniquidad y pobreza: que dispara la vulnerabilidad de las comunidades más pobres frente a la quiebra de los ecosistemas acuáticos.
-De gobernanza: por los problemas de corrupción y las presiones de privatización de los servicios de agua y saneamiento.
-De institucionalidad democrática global: que permita hacer del agua un espacio
de colaboración entre los pueblos y no de confrontación y dominación.
Una crisis global que se agravará por efecto del cambio climático, si no se adoptan políticas adecuadas de adaptación que amortigüen la vulnerabilidad de la población, de las comunidades más pobres ante los riesgos de sequía y de fuertes precipitaciones, que tenderán a aumentar en intensidad y frecuencia,
En este contexto, más allá de impulsar cambios político-institucionales y mejoras tecnológicas, se requiere un nuevo enfoque ético, basado en principios de sostenibilidad, equidad y no-violencia. Nos encontramos, pues, ante la necesidad de promover una "Nueva Cultura del Agua",que recupere, desde la modernidad, la vieja sabiduría de las culturas ancestrales basadas en la prudencia y el respeto a la naturaleza.